7 de Septiembre de 2020 | por: Marcelo Avilés | 3666 visitas
En mayo próximo se cumplirán 170 años de la primera
Exposición Universal, evento organizado en 1851 en el Hyde Park de Londres y
que sirvió de modelo para que las naciones del mundo, dejando de lado sus
diferencias, se dieran cita periódicamente ya no para mostrarse los dientes,
sino más bien sus innovaciones y así tratar de pellizcar el futuro entre
todos.
En un principio si bien el ánimo estaba puesto en
crear nuevos lazos comerciales entre las naciones, aprovechando el ímpetu de la
revolución industrial y el triunfo de las políticas de libre mercado, a poco
andar estas exposiciones fueron dando espacio, entre inventos extraordinarios y
maquinarias, a las bellas artes y también a las representaciones más
seleccionadas de la cultura de los países participantes.
Con ese espíritu nuestro país se sumó a la novel
tendencia al organizar la propia. Fue con toda la pompa, pero en una escala más
acotada. Sin ser “universal” la Exposición Internacional de Chile se inauguró
el 16 de septiembre de 1875 en la Quinta Normal con cinco áreas temáticas
desplegadas en instalaciones especialmente construidas. La principal de ellas
era el “Palacio de la Exposición” construido por el arquitecto francés Paul
Lathoud mismo edificio que hoy acoge al Museo Nacional de Historia Natural. La
presencia, además, de delegaciones provenientes de 19 países, entre ellos
Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia, Bélgica, Alemania y Suiza
confirmó el anhelo de los organizadores de que la exposición fuese “un poderoso
impulso al adelanto de este pais i (que) ensanchará las relaciones políticas i
comerciales que cultiva con los pueblos civilizados de la tierra”
Imagen del Palacio de la Exposición en la Quinta
Normal de Agricultura, construido para la Exposición Internacional de Chile de
1875. Actualmente es el Museo Nacional de Historia Natural. Imagen: www.archivovisual.cl
Plano
general de la Exposición Internacional de Chile de 1875 y la distribución de
sus pabellones. Imagen: www.memoriachilena.cl
No fue extraño luego que las autoridades se prepararan
con debida anticipación para la que se anunciaba como “el” evento del siglo: la
gran Exposición Universal de París de 1889 con motivo del centenario de la
Revolución Francesa. Recibida la invitación oficial en 1887 sendos comités
gubernamentales se constituyeron con la responsabilidad de hacer brillar el
nombre de nuestro país en el magno evento.
Liderados en Santiago por el ministro de Obras
Públicas (y futuro presidente) Pedro Montt y en París por el ministro
plenipotenciario Carlos Antúnez ningún detalle se dejó al azar. Era la
oportunidad de mostrarse al mundo como un país nuevo y rico, exhibir el avance
de sus artes plásticas e incrementar el comercio de su producción agrícola y minera,
especialmente con Europa. Todo en un pabellón de 500 m2, el máximo espacio al
que se pudo aspirar como nación sudamericana en la muestra.
Pabellón
de Chile en la Exposición Universal de París de 1889, obra del arquitecto
francés Henry Picq. Archivo de LOC (Library of Congress, USA)
“No somos ni México ni Perú, con patrimonio azteca o
incaico” le escribió Antúnez al ministro Montt para advertirle que Chile no iba a seguir
los lineamientos de la organización para construir una sede con el exotismo que
se esperaba en aquellos años de una excolonia española. Por el contrario, la
elección fue de corte vanguardista para la época: un edificio prefabricado de
hierro, zinc y vidrio, muy en línea con la Torre Eiffel, la principal atracción
de la feria. Hoy, convertido en el Museo Artequín, aquel “Pabellón París”, como
fue bautizado, sigue atrayendo visitantes en la Quinta Normal donde se rearmó
cual mecano a su regreso por piezas a Chile en 1894.
Bautizado como “Pabellón París”, el edificio a su
regreso fue rearmado en la Quinta Normal. Hoy es el Museo Artequín. Fotopostal
Cood, aproximadamente de 1920. Imagen: colección del autor.
Tanto para Chile como para los demás países que
comenzaban a hacer fila para participar de estas muestras, el éxito no estaba
representado solamente por el número de asistentes (la Exposición Universal de
París logró 32 millones de visitas), sino también por el número de medallas
otorgadas a los productos exhibidos en sus pabellones. Y en París, Chile obtuvo
270. “El esfuerzo organizativo y económico que este compromiso significó, quedó
retribuido por el éxito alcanzado, ubicando a nuestro país en un lugar
destacado entre las naciones sudamericanas presentes”.
Fotografía Pabellón de París en 1889, Archivo de LOC (Library of Congress, USA)
Recién a fines de los años ’20 del siglo pasado
comenzaron a normarse estos eventos bajo el alero de la Oficina Internacional
de Exposiciones (BIE, por sus siglas en francés), dejando atrás el medallero
competitivo y la mirada exótica de los países organizadores sobre muchos de sus
pares menos avanzados. Si en las ferias de fines del 1800 uno de los ganchos de
entretenimiento para el público justamente era el exotismo de algunas de
aquellas naciones -vergonzosamente reflejado en la promoción de los llamados
“zoológicos humanos”-, el nuevo espíritu de entreguerras cambió el foco, aunque
las muestras de aborígenes recién finalizaron con la Exposición Universal e
Internacional de Bruselas en 1958. El énfasis seguiría puesto en el progreso
tecnológico, pero ahora con un sentido global y de diálogo entre las naciones,
amplificado a poco andar por la dolorosa experiencia de la Segunda Guerra
Mundial.
El futuro como ideal
Después
de París, Chile siguió asistiendo efusivamente a estos banquetes universales
vistiendo las galas que le permitía la extracción minera, especialmente del
salitre. En ocasiones la muestra nacional formaba parte de espacios comunes con
otras naciones latinoamericanas o, al igual que en 1889, era necesario invertir
en un stand propio. Fue el caso de la Exposición Internacional de Gante
(Bélgica, 1913), donde aparte de una construcción dedicada al salitre se sumó
una especie de carabela en una laguna como gancho para invitar al público a
conocer los beneficios del nitrato de sodio.
En tanto, para la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), a pesar de
realizarse en plena Gran Depresión, no se escatimaron recursos. Prueba de aquel
empeño fue la calidad del pabellón -el más moderno de las naciones invitadas,
obra del arquitecto Juan Martínez Gutiérrez-, que logró trascender al tiempo y
hoy es sede de la Escuela de Arte de la ciudad.
Pabellón
de Chile y su salitre en la Exposición Internacional de Gante (Bélgica), de
1913. Imagen: colección del autor.
La
presencia nacional en Gante contempló una carabela como promoción del salitre
chileno. Imagen: https://gent1913.eu/chili/
Para
la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929) el edificio de Chile le fue
encomendado al arquitecto Juan Martínez Gutiérrez, autor, entre otras obras, de
la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, la Escuela Militar y el
Templo Votivo de Maipú. Imagen: Flickr Santiago Nostálgico.
Lamentablemente no tuvo la misma suerte el pintoresco
edificio de nuestro país en la Exposición Universal de Bruselas (1935), obra del
arquitecto belga Alphonse Barrez, ni tampoco la moderna construcción con que
nos hicimos presente en la Exposición Universal de Nueva York (EE.UU, 1939). En
concordancia con el lema del evento “Construyendo el Mundo del Mañana”, Teodoro
Smith Miller (hijo del destacado arquitecto Josué Smith Solar) diseñó una
edificación de estructura de acero y amplios muros vidriados que contenía en su
interior un gran mural alegórico a la geografía y los habitantes de Chile
pintado por Camilo Mori. A pesar de ser elegida por su diseño entre los cinco
mejores pabellones de los 54 países participantes, fue demolida como la mayoría
de las instalaciones una vez finalizada la muestra.
Una
imagen bastante particular de Chile quiso transmitir el arquitecto belga Alphonse
Barrez, responsable del diseño del pabellón nacional en la Exposición Universal
de Bruselas (1935). Imagen: colección del autor.
El pabellón chileno en la Exposición Universal de
Nueva York (EE.UU, 1939), obra de Teodoro Smith Miller, acogía en su interior
un imponente mural del pintor Camilo Mori, destruido junto al edificio una vez
finalizado el evento. Imágenes: colección del autor.
Chile volvería a correr con colores propios recién en
1970 en Osaka, Japón, respondiendo a la invitación de los organizadores de
trabajar por el “Progreso y Armonía de la Humanidad”. Para ello escogió un
edificio metálico circular firmado por los arquitectos Federico Guevara,
Gonzalo Asenjo e Isaac Eskenazi, quienes utilizaron planchas de cobre en su
construcción y acero para su llamativa estructura reticular. La obra se hizo
más imponente y popular con la instalación de un moai de piedra en su acceso
para dar la bienvenida a una cuidada exhibición de productos de nuestra larga y
angosta faja de tierra.
Flanqueado por un moai, nuestra presencia en la
Exposición Mundial de Osaka de 1970 fue un pabellón hecho de cobre y acero.
Imagen: http://expo2015-milano.blogspot.com/
Coincidiendo con el ostracismo internacional que le
trajo la dictadura a Chile, las exhibiciones universales impulsadas por la
Oficina Internacional de Exposiciones quedaron en pausa en todo el mundo.
Reaparecieron con la de Sevilla en 1992 (a partir de la cual se generalizó el
término “Expo” para designarlas masivamente), misma que ocupó nuestro país para
promocionarse al mundo nuevamente como un país democrático y abierto al
comercio, teniendo como principal foco la naciente Unión Europea.
En el contexto de la conmemoración de los 500 años del
Descubrimiento de América, la apuesta de Chile no fue mezquina. Nada menos que
12 millones de dólares se invirtieron en levantar un ondulado edificio de
madera y rojizo techo de cobre (obra de Germán del Sol y José Cruz) para
albergar una muestra detallada de nuestra cultura y avances en distintas áreas,
teniendo como atracción principal nada menos que un trozo de iceberg de hielo
antártico de 60 toneladas. El pabellón fue el más visitado de la muestra.
El trozo de iceberg antártico del pabellón chileno fue
de las máximas atracciones en la Expo Sevilla de 1992 durante los seis meses
que duró el evento.
Tal éxito sirvió de envión para repetir la experiencia
en la Expo Lisboa de 1998, con un stand encargado nada menos que al premiado
Borja Huidobro en dupla con Roberto Benavente, donde el énfasis estuvo puesto
en las características marítimas de Chile dada la temática del encuentro:
“Océanos: legado para el futuro”. El cambio de siglo, eso sí, nos pilló en mal
pie. Si bien se había confirmado la participación nacional en la Expo Hannover
(2000) y a pesar de que el pabellón estaba diseñado y los equipos listos para
comenzar a construirlo, un fuerte ajuste presupuestario reasignó el
financiamiento a otras prioridades y Chile terminó por ausentarse, lo mismo que
sucedería para la Expo Aishi (Japón, 2005).
La Expo Shanghai (China, 2010) fue el momento de la
revancha. El estado chileno volvió a meterse la mano al bolsillo: USD 22
millones sobre la mesa para desplegar todo su potencial económico y turístico
ante su principal socio comercial. La cita, bajo el lema “Mejor ciudad, mejor
vida”, sirvió de inspiración para levantar un edificio de envolvente vidriada
ondulante y cajas de acero oxidado -a cargo de la oficina de Sabbagh
Arquitectos- que por fuera difícilmente daba una idea de lo podría ser nuestra
tierra y menos cómo eran sus ciudades. Sin embargo, puertas adentro era otra
cosa. Sonidos, texturas, paisajes e instalaciones inteligentemente diseñadas
conectaron con los visitantes al punto de transformar el stand en uno de los
más exitosos entre los 246 participantes, obteniendo medalla de oro en la
categoría "Desarrollo Temático”.
Durante los seis meses en que estuvo abierta la Expo
Shanghai tres millones de personas visitaron el pabellón de Chile. Imagen: https://www.plataformaarquitectura.cl/
Aplausos similares se consiguieron en la Expo Milán de
2015, con la medalla de plata al diseño del pabellón. Pensado para promocionar
nuestro país como potencia alimentaria, la estructura de madera de pino
invitaba al público a recorrerla a través de una muestra audiovisual y
escenográfica que terminaba en un gran espacio donde el visitante podía degustar
y adquirir alimentos chilenos. La particularidad del edificio -a cargo del
arquitecto Cristián Undurraga- era que, al igual como aquel “Pabellón París” de
1889, fue desarmado al final de la exhibición para reinstalarse en Temuco, a
los pies del cerro Ñielol, donde actualmente funciona como centro cultural y de
comercio justo.
Gracias a su diseño modular, una vez finalizada la
Expo Milán el edificio regresó a Chile para ser reensamblado en Temuco donde
hoy funciona como centro cultural. Imágenes: https://www.disenoarquitectura.cl/
El periplo de Chile en tierras extranjeras nos
llevaría este año a Dubai, la primera exposición universal que se realiza en la
región de Oriente Medio, África y Asia Meridional. El proyecto arquitectónico
del pabellón nacional fue asignado por concurso público a los arquitectos
Smiljan Radic, Cecilia Puga y Paula Velasco, y la apuesta diplomática tenía a
todos contentos en el Ministerio de Relaciones Exteriores y ProChile por la
importancia de esa zona del mundo para los intereses comerciales y turísticos
de nuestro país.
Render del proyecto seleccionado para representar a
Chile en la Expo Dubai 2020, exhibición que tuvo que ser suspendida hasta
octubre del próximo año debido a la pandemia del covid-19. Imagen: https://www.plataformaarquitectura.cl/
Sin embargo, la pandemia de covid-19 pospuso la
realización del evento para octubre de 2021. En cuanto a nuestra participación,
al menos la web oficial de la Expo aún no la registra. Quizás volveremos a
asomarnos al progreso en 2025 cuando la Expo Osaka en Japón abra sus puertas.
Si participamos serán 150 años desde aquella feria en Quinta Normal donde
quisimos empinarnos a un futuro ante al cual, hoy, no tenemos mucha certeza.
Alberto González Figueroa
Entré a la página de Expo Dubai y el pabellón de Chile ya está listado, pero el edificio es distinto, se parece a una base antártica.