Inmigración árabe en Chile: cuando la unión es la clave

4 de Noviembre de 2020 | por: Giannina Varnero | 7489 visitas



Finalizaba el siglo XIX y en territorios palestinos, sirios y libaneses dominados por el Imperio Turco Otomano, las comunidades cristiano-ortodoxas vivían marginadas tanto económica y socialmente por no adscribir a la religión musulmana. La inestabilidad política imperial de la época hacía aún más difícil el panorama, al sumirlos en un constante temor a ser obligados a combatir y morir por una causa ajena.

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Almacenes Chahuan (palestinos), Santiago, 1915.

Lo anterior fue el detonante de una masiva migración de árabes cristianos hacia nuestro continente, siendo Buenos Aires y Río de Janeiro los principales destinos en América Latina. Sin embargo, no bastando los casi tres meses de travesía oceánica, algunos se animaron a cruzar la cordillera desde Argentina a lomo de mula, dando inicio así un flujo migratorio que se extendería entre los años 1885 y 1940, y que trajo a alrededor de 10 mil inmigrantes árabes a nuestro país.

“LOS TURCOS”


Sin beneficios ni directrices estatales para asentarse –como sí hubo con los colonos europeos en años previos-, su distribución en territorio nacional fue variada. Salvo ciertas excepciones, la mayoría contaba con escaso capital, y muy pocos tenían oficios o educación formal. Si a eso se suma la barrera lingüística difícil de franquear, es fácil concluir que los primeros árabes venían “a la vida”, abriéndose camino alentados por la idea de un país que vivía la bonanza económica del negocio salitrero, y en el que creían poder encontrar un entorno valórico similar al que habían dejado atrás.

Ante la precariedad de formación y dinero, el comercio ambulante era una opción viable y de rápido retorno monetario: bastaba un poco de vocabulario estratégico para crear interés y lo demás lo hacían las señas. Optaron por no ser competencia de los negocios establecidos, prefiriendo ir hacia el comprador en vez de esperarlo, actividad que tuvo especial buena recepción en lugares aislados, cuyos habitantes usualmente debían recorrer grandes distancias para llegar a los comercios.

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Soldados turcos junto a la Basílica de la Natividad en Belén (Bethlehem), origen de gran parte de los inmigrantes palestinos, ca. 1900

Peinetas, cintas, telas, espejos y baratijas varias se hallaban en las maletas o carretas de estos mercachifles, a quienes los chilenos llamaban –indistintamente- “turcos”, y que promocionaban su mercancía en un español que a ratos costaba entender y cuyo sonsonete se volvía una marca característica. Benedicto Chuaqui, empresario y escritor sirio llegado en 1908 desde Homs, relata en su libro “Memorias de un emigrante” haber gatillado risas con su grito “¡cosatenda!” en un intento por decir “cosas de tienda” en sus comienzos como vendedor ambulante.

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Mercachifle argentino. En Chile se les llamaba “falte”, por dedicarse a la venta de variados productos o “faltas” del hogar.

Hay que acotar que el apelativo de “turco” se explica en que hasta 1918 sus pasaportes otomanos efectivamente los señalaban como tales. Lo anterior resultaba ofensivo para los aludidos, no tanto por no aludir al pueblo específico al que pertenecían, sino que por identificarlos con quienes ellos veían como los opresores en su tierra de origen.

MIGRACIÓN EN CADENA

La precariedad de los inicios generalmente los llevó a compartir habitación con sus pares en conventillos de barrios muy modestos que, en el caso de Santiago, correspondían a Mapocho, San Pablo, Franklin, San Diego o Estación Central, entre otros.

Una vez que los recursos fueron aumentando, se hizo común arrendar locales que hacían las veces de negocio y casa en sectores más céntricos, que el caso de la capital era el área comprendida por las calles 21 de Mayo, Puente y Rosas.
Tal es el caso del ya mencionado Benedicto Chuaqui, quien partió como vendedor ambulante y siguió ascendiendo hasta abrir una fábrica de sederías en calle Rosas, en el centro de Santiago, las “Hilanderías Chuaqui”.

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Benedicto Chuaqui (cuyo nombre de nacimiento era Yamil)

El concepto de comercio-habitación les permitió ahorrar y atender en extensos horarios, dándoles un sello distintivo de venta, y fue crucial para concretar la meta de traer a familiares y amigos, cuyo arribo en cadena hizo de la migración árabe un fenómeno permanente.
Paisanos invitados por familiares o amigos ya asentados, eran ayudados por estos a dar los primeros pasos en estas tierras, impulsando el crecimiento de los negocios y la aparición de otros nuevos locales y talleres, principalmente del rubro textil, naciendo así núcleos comerciales a lo largo del país. 

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Vista del sector Patronato, Barrio Mapocho Norte, desde la Recoleta Franciscana, 1952

Un caso emblemático de esta dinámica se dio en el sector de Mapocho Norte, donde a mediados de 1940 se originaría el foco industrial y comercial de Patronato, impulsando la característica multiculturalidad que mantiene hasta hoy.

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Fábrica de carteras “Iris”, de los inmigrantes sirios Jorge y Domingo Awad, en 1937.

ECHAR RAÍCES: ¿PERDER LAS PROPIAS?

La inserción fue compleja. Al idioma y la falta de apoyo estatal se sumaron los prejuicios socioculturales, económicos y raciales, expresados en el rechazo de ciertos sectores, entre ellos, parte del empresariado que se sintió amenazado con su ascenso y cuyas ideas eran difundidas en la prensa. Esta fuerte segregación, si bien la enfrentaron generando una colectividad cohesionada que los fortaleciera, ya venía gatillando una adaptación de sus miembros desde los inicios. 

Fuese por la dificultad que significaba para los clientes chilenos la pronunciación de sus nombres de nacimiento como para intentar congraciarse, la castellanización de nombres fue uno de los primeros “ritos” de integración: los Yamil pasaron a ser Emilios, los Farid, Alfredos, y así.

“…Me causó profunda extrañeza el hecho de que se me llamara a una reunión de familia para notificarme de que debía cambiar mi nombre árabe por otro que fuera más accesible a los clientes y a la gente que debía tratar. Consideraban que era muy difícil que la gente se acostumbrara a llamarme Yamil (…) las personas que me aconsejaban esta medida tenían gran experiencia en las cosas de América y no era posible desoír sus advertencias sin exponerme a inesperadas y molestas consecuencias. Me citaron casos: Shucre, joven amigo de Homs, se llamaba ahora Alejandro. Abdul Karim tomó el de Juan. Bichara eligió el de Santiago. Y, así, me fueron enumerando una lista interminable”.
                                                                  Extracto de “Memorias de un Emigrante”, de Benedicto Chuaqui

Un dato muy interesante es la gran cantidad de Jorges en la comunidad, atribuible a que San Jorge es el santo patrono ortodoxo. Cabe mencionar que el Barrio Patronato vio nacer la primera Iglesia Cristiano Ortodoxa de Chile, la Catedral de San Jorge. 

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Comercial “La Oriental”, de la familia Alamo, de Beit Jala, Palestina, quienes confeccionan trajes típicos chilenos.

Otro factor de integración fueron las uniones mixtas, que escapaban a la tradición de los matrimonios endogámicos -motivados en un interés de preservación cultural-, siendo común para los hombres solteros el volver a la tierra de origen a buscar esposa. Las nuevas generaciones, al cambiar esa dinámica, fueron reforzando la adopción de nuevos hábitos y tradiciones.

Estas situaciones por un lado fortalecieron los nexos entre la comunidad y la sociedad chilena, pero naturalmente tuvieron consecuencias, siendo una de las más importantes la creciente pérdida de la lengua entre los descendientes.


REDES COLABORATIVAS


El censo nacional de 1930 señalaba que más de 6 mil habitantes del país eran árabes, y ya para el 1940, el censo realizado por la propia colonia árabe residente, publicado por la “La Guía Social de la Colonia Árabe”, reveló que la comunidad se componía por palestinos -1206 familias, principalmente de Beit-Jala y Bethlehem (Belén), seguido por los sirios -706 familias, en su mayoría de Homs-, y finalmente, libaneses -448 familias de múltiples localidades-, con un total cercano a 15 mil personas, entre migrantes y descendientes.

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Catedral Ortodoxa de San Jorge, en barrio Patronato, levantada en 1917.

Ese periodo de crecimiento no fue en vano, ya que se crearon espacios de comunicación y colaboración comercial, así como de vinculación cultural, como asociaciones, clubes, escuelas y periódicos, entre otros. Mención especial merece el Club Deportivo Palestino, fundado por la colonia palestina en Osorno el año 1920.

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Directorio de la Asociación Comercial Sirio Palestina, 1937

La red apoyo forjada fue vital para su prosperidad y permanencia, algo que ayudó a que la idea del retorno fuera debilitándose. Indudablemente, también les permitió diversificar sus actividades económicas, las que conforme avanzó el siglo se expandieron hacia la banca, el sector minero y agrícola. 



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Club Deportivo Palestino en 1952

Respecto a los medios escritos, en sus inicios estaban escritos íntegramente en lenguaje árabe, como el caso de Al-Murched (1912-1917), nacido en el apogeo migratorio, y más tarde se tornaron bilingües, como el caso de La Reforma, el posteriormente terminaría siendo editado completamente en español.

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Periódico La Reforma, en su etapa bilingüe, enero de 1937.

Aunque difícil en sus inicios, la integración fue concretándose, y la asimilación experimentada por las nuevas generaciones, los fueron inclinando hacia profesiones y oficios más liberales, con exponentes en la política, la academia y las expresiones artísticas y culturales.Especialmente notable es el caso de los palestinos de Chile, que al día de hoy son la comunidad más grande fuera de medio oriente, con alrededor de 500 mil personas, entre migrantes y sus descendientes, los que han tenido un rol importante en la conformación de una clase media urbana nacional. 

Cabe acotar que la migración árabe cristiana fue desacelerándose notoriamente durante la segunda mitad del siglo XX, tiempo en el que, sin embargo, siempre se desarrolló un flujo de migrantes “libres” de diversas nacionalidades del espectro árabe musulmán.

Respecto a estos últimos, hay que recordar que la agudización de conflictos en territorios de oriente medio –donde actualmente la presencia cristiana es mínima-, ha gatillado el arribo de grupos migrantes en categoría de refugiados en épocas posteriores, como el caso de la llegada de 118 palestinos en 2008 y de 66 sirios en 2017.

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Familia palestina Yarur Lolas, en Belén (fecha desconocida). Los hijos Juan y Nicolás Yarur Lolas, amasaron una gran fortuna en el rubro textil y posteriormente en la banca.





Ver citas
Agar, L. & Rebolledo, A. (1997) La Inmigración árabe en Chile: los caminos de la integración.Disponible en Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-80764.html Accedido el 10-08-2020

Agar, L. & Saffie, N. (2005) Chilenos de origen árabe: la fuerza de las raíces. Revista Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos. Rebolledo, A. (1994) La "turcofobia". Discriminación antiárabe en Chile, 1900-1950. Disponible en http://www.teologiayvida.uc.cl/index.php/rhis/article/view/15763/12857 Accedido el 15-08-2020 
Biblioteca Nacional de Chile. La inmigración árabe a Chile (1885-1950). Memoria Chilena. Disponible en http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3523.html Accedido el 10-08-2020
Olguín, M. & Peña, P. (1990) La inmigración árabe en Chile. Ediciones Instituto Chileno Árabe de Cultura







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