26 de Octubre de 2020 | por: Alejandro Osorio Estay | 5139 visitas
La década del veinte se presenta como un período de inflexión cultural a nivel global evidenciándose una aceleración de los procesos de modernización en diferentes ámbitos; nuevos medios de comunicación, de transporte, nuevas modas y costumbres van dejando obsoletas las viejas urbes de características tradicionales, dando paso a la ciudad de masas.
Estas transformaciones culturales se reflejan en lo urbano a partir de diversos cambios en la manera de ver y vivir la ciudad: Alumbrado público, ensanche y mejoramiento de calles, problemas de tránsito y nueva estética proveniente de una arquitectura moderna cambiarán paulatinamente la cara de esa ciudad dormida y oscura.
Edificio
Ariztía, Calle Nueva York con Alameda, mayo de 1925. Fuente Enterreno.
Entre las transformaciones de la cara visible de Santiago, es destacable el rol de la arquitectura moderna. Su influencia en los arquitectos nacionales confluye en obras de gran impacto como lo fue en 1921 el Edificio Ariztía -el primer “rascacielos” de Chile. Su impresionante altura para la época le confirió la calidad de un gran embajador de EE.UU. dando un soplo de modernidad al sector céntrico de la ciudad (Rinke, 2009).
Junto a este edificio, también se levantan otros que evidencian el paso a una arquitectura moderna como el Edificio de la Compañía de Tracción y Alumbrado de Santiago del arquitecto Jorge Arteaga quien presenta un proyecto que da cuenta de cierta distancia de los estilos historicistas y eclécticos típicos de fines del siglo XIX y que comenzarán a erigirse a partir de esta década (Aguirre, 2011).
Edificio
de la Compañía de Tracción y Alumbrado de Santiago en Ahumada con Compañía,
agosto de 1929. Fuente Enterreno.
Los cambios producidos por los distintos procesos de modernización se cristalizan también en el mejoramiento de la infraestructura y servicios urbanos. En Santiago, si bien la iluminación eléctrica se conoce desde 1882, a partir del nuevo siglo paulatinamente el viejo sistema de faroles a gas irá dando paso a los de filamento incandescente .
Alumbrado público antes y después. Fuente Zig-Zag 28
de Agosto de 1926 nº1123
En este sentido la década del veinte se presenta como esencial para la electrificación del alumbrado público, en primer lugar, con la creación de la Compañía Chilena de electricidad en 1921 y luego con la instalación en 1926 de “10.920 nuevas luminarias de distinta intensidad que pueden ser colgantes o de brazo” (Osorio, 2019). La creciente metrópolis con estos avances adquirirá un aire de modernidad y luminosidad nocturna que contrastará con la oscura ciudad de las temblorosas llamas del chonchón, alumbrado a gas y parafina.
Alameda
iluminada. Fuente Zig-Zag 12 marzo 1927 Nº 1151
De entre los factores que conllevan y desencadenan el cambio urbano destaca la renovación de los medios de transporte. Entre estos, de gran relevancia son la instalación de tranvías eléctricos en 1900, y el creciente número de vehículos a gasolina -privados y públicos- que desde la década de 1910 se trasladan por las calles de la capital (De Ramón, 2015).
Pavimento de calles
Avenida Forestal, Esmeralda y Miraflores.
Fuente Zig-Zag 02 de Febrero de 1929 nº1250
Este fenómeno implica en la necesidad de mejorar la infraestructura vial, proyecto que se materializa entre 1925 y 1930 gracias, en parte, a la administración edilicia de Manuel Salas Rodríguez llevándose a cabo un masivo programa de pavimentación y mejoramiento vial renovando en corto plazo respecto de las vías de ingreso a la comuna como también entre distintos puntos de la ciudad (Cáceres, 1995). No obstante, en la medida que se moderniza la urbe, también aparecen los problemas de una ciudad moderna relacionados con el tráfico y atochamiento de vehículos en calles céntricas .
El problema
del tránsito. Congestión en calle Ahumada. Fuente Zig-Zag 27 noviembre 1926 n°
1136
En este sentido la prensa de la época es enfática en evidenciar los problemas que presenta el reciente servicio de góndolas, señalando que los choferes de estos vehículos circulan “animados, por una parte, de espíritu de destrucción y por otra del delirio de velocidad” implicando un gran peligro para los peatones. Además, su “afán de lucro los induce a llevar el mayor número de pasajeros posibles, aunque sea unos encima de otros”, imagen atribuible a lo que comúnmente se conoce como “ir colgando en la micro” y que es evidente en las imágenes que acompañan tales relatos.
Góndola
con pasajeros colgando. Fuente Zig-Zag 27 de Noviembre 1926 nº1136
No hay duda que Santiago se moderniza. Con todas sus luces y sombras en corto tiempo comienza a sentirse una ciudad distinta, orgullosa con los recientes “rascacielos” iluminando las noches de la Calle Nueva York; “con sus resplandores, sus danzas, sus espectáculos, sus expansiones de ciudad rica y alegre”; mucho más neoyorkina que europea, más bulliciosa y vividora.
Los locos veinte y la importación de la modernidad a la norteamericana se traducen también en un cambio cultural donde nuevos sonidos, modas, costumbres y actividades de ocio se posicionarán entre la juventud de la época. Una de ellas -que ha quedado en el imaginario de esta década- es la llegada del jazz y sus bailes asociados (shimmy, one step, two steps, charleston y fox trot entre otros) que animarán las tardes y noches Santiaguinas entre dancigs, cabarets y boites. Este nuevo fenómeno cultural despertó grandes críticas desde sectores conservadores al relacionarlo con comportamientos inmorales y libertinos, no obstante, el jazz y todo lo que esta música conllevó se abrió paso entre sus detractores y se mostró triunfante al finalizar la década.
Una audaz pareja modernista ha cambiado las huifas y las rendijas por la
algarabía del jazz. Fuente: Zig-Zag 10 enero de 1931, nº1351.
“Si no baila charleston usted es inservible en 1926” señalaría una nota de la Revista Zigzag del mismo año, reflejando la enorme popularidad alcanzada por estos bailes modernos traídos de yanquilandia. El impacto de este fenómeno conllevó a la proliferación de salones de baile de diversa categoría tales como; “El Shimmy” en calle Camilo Henríquez, “El Zeppelin” de Calle bandera -ambos de dudosa reputación según la prensa de los veinte; el Tea Room de Gath y Chaves y Hoteles como el Savoy y El Crillón de carácter mayoritariamente aristocrático.
Un segundo elemento de del imaginario de los veinte y que se relaciona con esta modernidad puramente urbana es el cine. Clara Bow, Louise Brooks, Rodolfo Valentino o Ramón Novarro arrancarán suspiros a jóvenes que frecuentarán los cines de la época sumergiéndose en esa atmósfera oscura al encuentro de su amor cinematográfico o escapando de las miradas inquisidoras de los padres y hermanos para poder “pololear” con libertad. Para entonces el cine carecía de sonido -de allí su adjetivo “cine mudo”, no obstante, estaba lejos de ser una práctica silenciosa, ya que para cada película había músicos para complementar distintos tipos de escenas; un violín para las románticas o un piano estridente para las de acción.
Teatro Real. Fuente Ecran 22 de abril 1930, nº
2
El cine comenzó a popularizarse desde la década del diez. Fue, sin embargo, durante la década siguiente donde esta actividad alcanzó su mayor popularidad desplazando al teatro de su sitial, así nacieron afamados cines de carácter moderno como “El Teatro Carrera” (1927) en la Avda. Gral Bernardo O’Higgins, El Teatro Nacional (1929) en Independencia con Colón o el Teatro Real a pasos de la Plaza de Armas en Calle Compañía. Este último se destaca según la revista Zig-Zag por su modernidad y comodidad, incorporando un sistema de calefacción para el invierno y de refrigeración para el verano, butacas de terciopelo y un cielo decorado con hermosas pinturas (Zig-Zag, 13 de septiembre 1930, Nº 1334).
Teatro
Carrera. Fuente Zig - Zag, 16 de Julio 1927, Nº 1169
Es imposible no sorprenderse con las transformaciones que ocurrieron en tan corto tiempo, la desbordante modernidad a la norteamericana amparada bajo una naciente cultura de masas inundaba todos los rincones urbanos. Los nuevos y altos edificios que dejaron atrás los fastuosos ornamentos decimonónicos aparecen geométricos como grandes volúmenes que exaltan los nuevos tiempos, con sus veloces automóviles y góndolas cargadas de pasajeros.
Noches iluminadas y danzantes -al son del jazz, el tango y una que otra cueca- que harán olvidar por momentos las desgracias y penas a los santiaguinos de los veinte, se intercambiarán con los espectáculos cinematográficos para soñar con los amores imposibles de Hollywood y por qué no, con la posibilidad de ser también una estrella desde este pequeño rincón que se moderniza.